LOS HUMILDES ESTAMOS CON USTED
La sorpresa llegó tal que un 9 de febrero de 2015 a un pequeño campo de inmigrantes y refugiados, la mayoría de Latinoamérica, llamado Arcobaleno (‘Arcoiris’) en las afueras de Roma, en el barrio de Pietralata.
Eran gente pobre y desangelada. El Papa llamó a su puerta de improviso y, como atestigua uno de ellos:
Nos ha saludado, dado la bendición, rezado un Padrenuestro, nos ha dado la mano, ha bromeado con nosotros, bellísimo!”. Y ellos también respondieron con otra bendición : “Dios le bendiga”. Pocas palabras, mucha la emoción. Corta, humilde y sencilla la respuesta del Papa: “Dios los bendiga y recen por mí”.
Sin embargo, larga fue su sonrisa, larga la emoción de sus ojos que transparentaban aquel que quiere y se siente querido, y se siente en casa.La alegría irrumpió como un torrente de repente allí en un lugar tan pobre y humilde. La gente lloraba de emoción, pero un llanto muy diferente al habitual:
Hoy, hemos recordado que también podemos llorar por la alegría. Nos olvidamos de que podemos llorar también de alegría. Lloramos por vergüenza y por el sufrimiento. Este fue el mejor día de nuestras vidas.
Cuán importante puede ser el “hoy”, donde un simple hecho puede dar un vuelco a la cosas. De sentir vergüenza y opresión de la vida, a ser libre por descubrir el tesoro que llevamos dentro. ¿Cuál será este tesoro?.
¿Y cómo en el “hoy”, en el presente, de un día cualquiera nuestra vida puede cambiar? Todos invocaban a Dios, rezaron un Padrenuestro, pues sentían que Dios estaba allí, entre los sencillos. Ese “hoy” que comenzaba la frase del emigrante de Pietralata, recuerda el “hoy” del ángel a los sencillos pastores:
hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor.
En los dos “hoy” se respiraba, como decía el ángel “una gran alegría para todo el pueblo”. Y por eso, “hoy” en el pequeño campo de refugiados de Pietralata (Roma) es como si “les hubiera nacido” el Salvador.
Y como Dios estaba allí, ellos sentían que no eran nada ni nadie y que lo único que llevaban en sus alforjas eran faltas, pecados, errores, culpas; aquello que simplemente no habían hecho bien. Por eso el testigo del segundo vídeo dice: “Le doy la gracias por visitarnos a nosotros, nosotros personas como todos, pero…”. Una mujer le pedía perdón porque había pecado gravemente, y el Papa le respondió:
todos somos pecadores.
–como si respondiera al “como todos” humilde anterior–, y la bendijo. También pidió perdón un ex mercenario pagado por combatir. Ianna Giasilli, voluntaria en ese campo, refiere “este hombre le pidió perdón al Papa por haber pecado gravemente, por no haber amado. Se inclinó ante él, y el Papa le bendijo, y se quedó junto a él por largo tiempo”.
Porque al final todo lleva a lo mismo, a la misma falta y descuido: “por no haber amado”. Y a pesar de eso, ese visitante tan ilustre como manso y sencillo “se quedó junto a él por largo tiempo”.
Todo puede cambiar en el “hoy” y el “hoy” se puede convertir en “un largo tiempo”. Tal es “el largo tiempo” que otro testimonio constata: esta visita “ha cambiado nuestra vida, nuestra casa humilde se ha llenado de felicidad, estaremos contentos para toda nuestra vida”.
Ese es el mismo “hoy” de la reacción de Jesús a un pasaje de Isaías que leyó en la sinagoga: “hoy se ha cumplido este pasaje”. ¿Qué se ha cumplido en aquel “hoy” de la visita a la sinagoga y en este “hoy” de la visita al campo de Pietralata? Se ha cumplido la palabra de Dios siempre perenne en el tiempo:
Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos…
¿Y quién lo ha cumplido? Aquel que en la sinagoga dijo “el Espíritu del Señor está sobre mí” y éste que en Pietralata dijo “recen por mí”. Pues nos preguntamos quién es el más desvalido: el visitante (el Papa) o los visitados (los inmigrantes)? De las pocas frases que surgen en esa inundación de alegría, se oye: “Gracias, Papa, los humildes estamos con usted”. El uno y los otros se sintieron aliviados: es como si vivieran aquella frase de Jesús:
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Y no les dice Jesús y el Papa venid a mí con vuestras preocupaciones y faltas para castigaros, sino para daros el perdón y porque quiero vuestra salvación. Pero todo tiene su contrapartida: la mirada de Jesús reconforta, hace tu carga ligera, pero al mismo tiempo exige de nosotros una respuesta (“carguen sobre ustedes mi yugo”). ¿En que consiste este yugo? Es la ley del amor: ése es nuestro tesoro escondido y lo que encontró el Papa en Pietralata. Por eso uno de los inmigrantes reconoce su culpa “por no haber amado”. En su visita a Asís, tierra de San Francisco, el Papa hace referencia a este yugo:
Quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, la de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz”. Y concluye: “La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado.
Por eso el Papa busca y encuentra la clave de ese tesoro escondido que descubre en Pietralata: “Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón”. Razón tenía el que gritó: “Gracias, Papa, los humildes estamos con usted”.